¿Por qué no? Voy a ponerme a hacer una tarta. Una tarta dulce, con mucho azúcar glaseado por encima, como a ti te gusta. ¿Y qué mejor motivo para hacerla, qué celebrar todos los años que llevamos conociéndonos?
Bien, manos a la obra... Me pondría el delantal que usé la última vez contigo, con él que te cociné aquellos deliciosos gofres, pero está demasiado manchado de sangre. Sangre que no me hubiese gustado derramar, pero era ella misma quien me pedía salir. Se apelotonaba en cualquier vena, hervía hasta el punto de quemarme la piel, necesitaba salir, ni siquiera el maldito líquido soportaba sentir tanto dolor en un solo cuerpo. Prefería estar condenado a ser una mancha que cambia de color mientras se saca, a desaparecer cuando se lava, que vivir con ese continúo dolor. Así que sin pensarlo dos veces, les di libertad: con la mano derecha cogí el cuchillo. El filo estaba frío, muy frío, hice un poco de fuerza, y mil sensaciones recorrieron mi cuerpo hasta llegar a aquel corte que adornaría a partir de ahora mi muñeca izquierda. La sangre fluía rápido, demostrando así su ansia de libertad. Escapaba sin mirar atrás y con ella huía una gran parte del dolor. Aquel flujo rojizo no paraba de gotear, hasta que lo presioné con aquel delantal... Un delantal que todavía olía a ti. Y una gota clara cayó sobre aquella mancha que empezaba a ser de un marrón sucio. Había pasado demasiado tiempo desde nuestra última película, demasiado tiempo desde cualquier cosa que tuviese que ver con nosotras...
Bueno, será cuestión de empezar la dichosa tarta... Dos vasos de harina por uno de... ¡No me acordaba! He estado tan sumida en mi propio dolor, que se me olvidó pagar la estúpida factura de la compañía hidráulica y... No, nada de agua en las garrafas. Bueno, no tiene importancia, he llorado tanto desde que te soltaste de mi mano, que tengo provisiones... Dos dedos de agua recorren la casa, así que con eso bastará para hacer la masa. Sólo necesito media hora más. El tiempo suficiente para hornearla pero... Claro, tampoco hay luz. ¿Cuánto tiempo habré estado regocijándome en mi propio dolor? En fin, hace un calor asfixiante, igual en la terraza se cocería. Pero... Si fuese más valiente tendría el valor de salir y ver el sol, pero soy demasiado cobarde. Tengo miedo. Miedo a que salga y vea que el mundo sigue tan brillante como todos los días, que no se ha detenido al darse cuenta que el Sol no nos puede dar los buenos días mientras hablamos, ni la Luna las buenas noches cuando nos despedimos... No entiendo como el mundo no puede parar, pero tal vez lo que me falte por entender sea que es mi mundo el que ha parado, mientras el resto sigue su trayectoria sin parar a pensar en los que se deja por el camino.
Con este último pensamiento me doy la vuelta y vuelvo a tumbarme en la esquina en la que estaba, hoy no es el día de hacer la condenada tarta, tal vez mañana sea un día mejor para celebrar nuestra amistad inmortal, quizá mañana...
No sabes lo que es la vida hasta que no te han clavado una daga ardiendo en el centro del corazón y ha estallado, manchándolo todo de sangre. No sabes lo que es la vida, hasta que no te has emborrachado para curar las heridas, sabiendo que no las vas a cicatrizar. No sabes lo que es la vida, hasta que has encontrado los ideales por los que luchar y partirte la cara hasta sangrar. Pero nunca sabrás lo que es la vida, si no luchas por reconstruir(te), si no peleas por encontrar a quien te ayude hacerlo, ¿y quién mejor que tú mismo?
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