Todo esto suena muy típico. Una relación que se acaba, un amor que
se pierde y un corazón que se rompe. Pasa todos los días, igual que acaban por
reconstruirse a cada sonrisa. Que sí, que las historias se superan, los
corazones se arreglan con parches y tiritas mal pegadas, y las sonrisas se
reconstruyen con besos alcoholizados y eróticos.
La cama está menos vacía después de una
noche de fiesta y cualquiera a la que hayas conseguido engañar con una sonrisa
torcida y un par de copas de más, pero joder, en realidad está más vacía que el
día que decidiste marcharte intentando no dejar huella.
Ahora te escribo a ti, al amor perdido y
la felicidad evaporada, a las sonrisas transformadas en dagas que se clavan y
las caricias en frío hielo que queman por donde las recuerdo. Ya no sé cómo
coño encontrar un calor que enfríe, o alguna contradicción sin sentido que me
devuelva las ganas de vivir, aunque sea de una forma mediocre y mundana. Sí,
mundana, porque contigo la vida era una infravaloración de los humanos, un
pequeño reflejo de la eternidad que vivíamos en cada mirada. Por no hablar de
las caricias, un pequeño tesoro que era la única afortunada en poder disfrutar.
Pero ahora... Ahora solo queda vacío, soledad y desesperación.
Solo busco la forma de que las horas que volaban contigo y se paraban cuando no
estaban, recuerden su sentido y tengan una velocidad constante. Que se pasen a
la misma velocidad que las del resto, o que acaben por congelarse y vivir en un
vacío real. No en este agobiante vacío que parezco vivir, repleto de sonrisas y
manos que me ayudan a salir, cuando yo quiero quedarme en lo más profundo -de
los recuerdos-. Regocijarme en ellos, recordar el día que tuve la oportunidad
de cambiar el mundo -o nuestro mundo- y lo dejé pasar. Es muy tarde para una
disculpa que no quiero dar, y para un perdón que no me apetece recibir, igual
que también lo es para coger la mano y empezar a subir poco a poco al mundo
terrenal.
Ya no sé donde vivo, si en mi casa o en un frío invierno -o
infierno- que se empeña en cortarme las alas para salir cada vez que abro el
armario y veo tu ropa que sonaba a despedida. Solo quiero quedarme un ratito
más, un rato que sea el resto de mi vida.
Y, a pesar de todo eso, dentro de mí se alberga una pequeña
esperanza. Brilla por su inexistencia prácticamente, o por la fuerza con la que
la siento, ya no lo sé. Pero queda ahí, guardada entre el caos y el dulce
dolor. La esperanza de que un día pase por el bar de siempre y te vea sonriendo
y sea capaz de que mí yo interior no se arranque los pelos intentando ser
cuerda. O alguna contradicción extraña de esas que me gustan y poder mirarte
como lo que has sido, la historia que me ha hecho ser quien soy y disfrutar de
estar rota. No sé, ser capaz de recordar los buenos momentos y las sonrisas, y
dejar de lado las noches de lágrimas y sangre que tanto se repiten en mi vida.
O alguna cursilidad semejante.